El motor de nuestra vida no es otro que la ilusión. Porque la felicidad no se puede alcanzar sola, nunca suele venir dada. Tiene que existir una razón de ser, un motivo. Y es ahí donde entra en juego la ilusión. Es el paso previo hacia la felicidad, aunque también sea cierto que en el mismo concepto de ilusión ya van implícitas ciertas dosis de felicidad. El culmen está en la consecución, en el logro de nuestra idea primaria.
Porque... qué es sino el amor? ¿Y el trabajo? ¿Y los amigos? ¿Y qué significan para nosotros las cosas materiales? En todas ellas ha de existir ilusión. Ilusión para dar, para ser correspondidos, para formar parte de algo, o de alguien, ilusión por evolucionar, por crecer, por poseer cosas que nos faciliten el día a día, ilusión por ser, por existir, por vivir. Porque si en todas estas ideas, en todos estos sentimientos, no hay ilusión... entonces estaremos destinados a renuciar antes de tiempo, a perder, a no ser, a no sentir. Y dejar todo en manos de la suerte puede llegar a resultar demasiado peligroso.
El punto de inflexión lo encontramos en ese mismo momento en el que somos conscientes si esa ilusión va a poder ser realizada... o no. Pero tanto en uno como en otro caso hay una cosa bien clara, un punto en común. Y es que las ilusiones han de ser renovadas, hay que alimentarlas. Porque la sabiduría no está en alcanzar dicha ilusión, sino en saber administrarla, profundizar en ella, y buscar nuevos caminos que nos permitan tener nuevos motivos para seguir ilusionados, para seguir avanzando en busca de una felicidad más auténtica, más sincera y por supuesto, más profunda si cabe. Y es que uno siempre puede llegar a ser más feliz de lo que lo es. Digámoslo así... tenemos que estar en un continuo estado de reciclaje de esa ilusión originaria que nos motivó a luchar por algo, o por alguien. Un ejemplo práctico y palpable sería la innumerable cantidad de parejas rotas debido a la famosa monotonía. Y la monotonía no es otra cosa que el no buscar alternativas, amoldarse a lo cómodo, a lo cotidiano. En una palabra, a lo fácil. Cierto es que existen personas capaces de vivir día a día de ese modo, con el piloto automático encendido. En lo que a mí respecta, les compadezco. Pero otras muchas parejas rompen al no poder soportarlo más. Una profundización a tiempo, una continua búsqueda de nuevos caminos, de alternativas a la primera ilusión que tuvimos, puede llegar a generar de esa raíz nuevas ramificaciones en forma de nuevas ilusiones por las que luchar, y por las que seguir sintiendo. De ahí el reciclaje sentimental. Es necesario, sano, y fructífero.
Por otra parte, cuando una ilusión nunca llega a tornarse realidad, sólo nos queda una salida. Sustituirla. Por duro que pueda parecer, toda ilusión es reemplazable, se puede cambiar por otras muchas. Y puede llegar a valer desde una simple tableta de chocolate (con las endorfinas a flor de piel), pasando por un exótico viaje a una playa paradisíaca donde aparcar los recuerdos y buscar otros nuevos, hasta la llegada a nuestras vidas de un nuevo, correspondido e inesperado amor. Todo vale. Finalmente enterraremos la ilusión frustrada, con la imprescindible ayuda del tiempo (esta vez en nuestro favor), y tendremos otras nuevas. Cierto es que si la ilusión que tuvimos en un primer momento era muy intensa... siempre queda algo, aunque sea muy dentro nuestro, queda latente. Alguna de esas tengo yo. Nunca las llego a "matar" del todo, no vaya a ser que algún día...
Porque el tener ilusiones es una razón más para seguir luchando, para seguir adelante. Aunque bien sea cierto que la ilusión sólo nos valdrá cuando la realidad la tome de la mano.
De los más míticos findes de mi vida.
Gran decisión haber llevado la cámara... Son momentos que no se nos deben escapar. Ahí van unas cuantas.
(Observación: de Salamanca no se ve mucho, eso sí, eso sí... de la habitación 601... todo lo que quieras. Oye.)