ANEKDOTARIO

Miedos

Los miedos impiden avanzar. Nos protegen, nos escudan y nos ponen en alerta. ¿Hasta qué punto es bueno llenarse de capas protectoras? ¿Nos podemos deshacer tan fácilmente de esas "capas" que nos hemos ido creando a nosotros mismos a través del tiempo, de las personas y de las circunstancias?
Vivir y sentir no es tan fácil como parece, no depende de poner el piloto automático y desentenderse del resto. El control de los sentimientos es, por definición, erróneo, aunque de todas formas lo hacemos. Los sentimientos no dejan de ser eso, sentimientos, algo intangible, incontrolable e increíble que nos lleva a actuar de maneras totalmente insospechadas, y a hacer o decir cosas que nunca hubiéramos podido imaginar, excediendo así nuestras propias expectativas, y llevándonos a vivir de sorpresa en sorpresa. Nuestra mente activa alarmas de defensa y lucha contra los impulsos, contra nuestros instintos primarios, y contra toda actuación racional.
Defiendo la impulsividad cuando de sentimientos se habla, como modus vivendi. Así soy yo. Actúo desde dentro. Eso jode, y hace feliz. Daña, y llena. Pero el balance que hago será siempre positivo. Se trata de hacer que los momentos felices, por muy cortos que sean, compensen cualquier mal sobrevenido. De tal manera que por muy mal que haya sido una experiencia en cuestión, podamos luego decir... "mereció la pena".
Con todo ello no quiero decir que yo no tenga mis propios fantasmas... porque los hay, y bastante feos. Pero cuando creo que es el momento de la verdad, les afrento, les encaro, y les vuelvo a encerrar en el mismo cajón del que salieron, intentando no volverles a ver nunca más.
Vivo sintiendo, y dejando fluir, limitando en cierta manera la racionalidad, pero sin anularla, y sabiendo apreciarla en su justa medida. Y es que... como alguien sabiamente me dijo una vez... Hay que escuchar a la razón, pero dejar hablar al sentimiento.